Al parecer los censores católicos sí
aprendieron algunas lenguas con el
tiempo, de tal modo que su índice
de libros prohibidos puede ser leído
como un listado de lo mejor de la
literatura y del pensamiento occidental.
Patricio Pron
El libro tachado
Daniel Salinas Basave
Hoy cuesta trabajo creerlo, pero en nuestro país de no lectores hubo alguna vez traficantes de libros que debieron ingeniárselas para burlar controles inquisitoriales y aduanales e introducir al virreinato los prohibidos objetos de papel y tinta como quien cruza una frontera con drogas o armas de alto poder. Cierto, nunca se pudo hablar de un tráfico a gran escala ni de barcos cargados con toneladas de ejemplares, pero la realidad es que siempre hubo quienes con enorme riesgo se las arreglaron para introducir a Nueva España obras que estaban prohibidas por el tribunal de la Santa Inquisición.
Tal vez la demanda no era enorme por la sencilla razón de que sólo una minoría de los habitantes del virreinato sabía leer y tenía inquietudes intelectuales, pero en cualquier caso el movimiento de obras no santas fue constante a lo largo del periodo virreinal, si bien se agudizó durante el Siglo de las Luces. El Índice de Libros Prohibidos por la Iglesia católica era vastísimo e incluía todo tipo de obras que iban desde los textos científicos que contradecían las Sagradas Escrituras, como las teorías de Galileo y Copérnico, hasta los libros considerados inmorales como el Decamerón, de Bocaccio, o inclusive La Celestina, de Fernando de Rojas, uno de los primeros productos no sacros arrojados por la recién inventada imprenta de Gutenberg en el siglo XV. Durante la segunda mitad del siglo XVIII el índice engordó considerablemente con la Enciclopedia, de Diderot y D‘Alembert, o las obras de los ilustrados franceses como Voltaire, Montesquieu y Rousseau. En su ambicioso ensayo historiográfico Los delincuentes de papel. Inquisición y libros en Nueva España 1571- 1820, el historiador José Abel Ramos documenta la existencia de 552 expedientes sobre libros prohibidos abiertos por la Inquisición.
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