Las dos batallas: crítica y traducción

Adrián Ferrero

Me referiré en el presente trabajo exclusivamente al caso de los escritores y escritoras localizados en Argentina que hacen crítica  o traducen. Por supuesto que tales datos pueden manifestarse también con autores del  mundo entero. Pero mi experiencia es sobre todo en torno de la literatura argentina. En ella se aprecia el carácter periférico que la sitúa en un espacio desde el cual la hegemonía de los grandes oligopolios argentinos afecta el trabajo de ambas prácticas sociales. Se trata de un discurso social en aflicción en Argentina, por más que goce de prestigio por su calidad. Cada vez se venden más libros pero cada vez son menos los lectores que los compran por precios onerosos. Lo cierto es que resulta ser demasiado desventajosa la relación entre el Primero y el Tercer Mundo, como históricamente ha sucedido. Los salarios promedio en Argentina son bajos como para darse el lujo de los libros. Muchos leen de prestado, otros de bibliotecas, otros acuden a la biblioteca de la familiar o de amigos.  

Escribir crítica literaria, especialmente sobre grandes hombres y mujeres de letras de todos los tiempos, por un lado nos resulta motivador. Suponemos que su razón de ser (la razón de su consagración, pertenece a un canon en el que se encuentran bien posicionados). Reinan sobre el resto que les precedieron (o buena parte ellos), también los que les son contemporáneos en este presente. Buenas o comerciales librerías, junto con las novedades, los libros del canon siguen reinando con vigencia, el haber ingresado a lo que habitualmente se ha dado en llamar “canon occidental”, resulta atendible con motivo de su consensuada jerarquía. Por supuesto que el crítico de los EE.UU. Harold Bloom en su batalla por el poder de digitar qué libros son los fundamentales, los que deben o  deberán ser clásicos (especialmente en la literatura del pasado),  discute largamente contra grupos feministas y grupos con otro criterio.

Escribir crítica también consiste en dar una cierta clase de batalla. Quienes somos escritores pero también hacemos crítica, cuando escribimos nos medimos con los grandes críticos. Confrontamos con ellos. Queremos hacerles decir aquello que tal vez ellos no deseaban o incluso repudiaban. El clásico suele fundamentarse en una interpretación unívoca Porque además de una justa por el poder de decir (y quién lo dice mejor), también confrontamos con ensayos críticos preexistentes sobre estos clásicos. Aquello que habitualmente se postulan como los imperecederos.

La crítica de los autores se mide con su corpus de estudio, en tanto también se mide contra lo que otros críticos escribieron sobre las mismas producciones de estudio. Radica aquí el gran desafío: ser original, buscar nuevos enfoques, nuevos senderos críticos, acudir lo menos posible a citas teórico/críticas para nuestros trabajos, usando nuestras propias herramientas: nuestras ideas y palabras. Ricardo Piglia, en una entrevista que le realicé en 1999, me hizo notar que para realizar una crítica perdurable, no había que quedar cautivo de referencias o citas de teoría literaria o bien de crítica al a moda. Todos sabemos que las escuelas críticas y la ideología está afectado por le tiempo. Ese era su peor enemigo para que fuera un trabajo longevo. Me recomendó cuando escribía ensayos mantenerme todo lo lejos posibles de las modas teóricas y críticas. Un autor debe ser capaz de expresar sus propias ideas por sí mismo. De las obras debíamos hablar lo más desprendidamente posible de toda cita de autoridad. Utilizando el pensamiento crítico propio. ¿Y traduciendo? Volveré sobre este punto.

Ahora bien: regresando a la relación de jerarquía que un crítico debe o bien respetar por antigüedad, por calidad estética, por consenso en torno de los atributos de esa poética, un crítico que además es escritor debe estar muy bien plantado frente a una obra maestra. Suplirá lo colosal de la empresa de que un autor haya escrito un clásico, con bibliografía consultada, selectivamente empleada a la hora de interrogar al texto, agregará una buena dosis de pensamiento crítico, buscará enfoques originales y procurará que sean novedosas esas perspectivas. En primer lugar para no repetir lo que antes ya ha sido dicho, incluso con mejores palabras. Pero sí necesitará recuperar parte de los contextos en el seno de los cuales estas obras fueron escritas (en esa fecha y no en otras, quiero decir, en ese lugar y no en otro) y cuáles son sus aportes sustantivos a la disciplina de nuevos puntos de vista.

 La mayoría de las veces que trabajamos con clásicos (antiguos o contemporáneos, de cualquier nacionalidad) como autores también de literatura nos las tenemos que ver con inteligencias muchas veces de genio, acompañadas de una sensibilidad superlativa. Son poéticas fuertes, poderosas. Las leemos o releemos. Hacemos anotaciones en el libro, nos dejamos guiar por esa felicidad incontenible de escribir sobre una materia que admiramos. Ya puestos a escribir (luego de haber leído lo necesario), dejamos por sentada nuestra capacidad de interpretar poéticas difíciles, complejas, refinadas en una reseña o un artículo crítico. Pero nunca, en palabras de Pierre Bourdieu, desparece la “competencia por la legitimidad cultural”. Para interpretar uno debe estar a la altura de estas creaciones. No quedar por detrás o por debajo de ellas, en una retaguardia conformista. A mayor complejidad de la obra, mayor el desafío para el crítico. Y el crítico es desafiante. Desafía al hombre o la mujer de genio. A esas palabras tan talentosas no les puede atribuir palabras mediocres. No escribimos ni escribiremos libros de genio. Pero su virtuosismo nos resultará convocante. Y provocador. Estos libros nos impactan. No nos son indiferentes. Puede que percibamos en ellos un cierto anacronismo incluso. Pero también aspiramos a profundizar en ellos para conocer las dotes de esos autores o autoras de estos creadores. Pero no me parece casual que sigamos leyendo e investigando a autores de la antigüedad griega clásica. Queremos conocer su secreto mecanismo de relojería: su envés.

Los hilos invisibles que hacen de esas obras lo que han sido y lo que son. Muchos de ellos sentimos que tienen plena vigencia. Pensamos de los autores de estas obras que están esperando de nosotros que nos pronunciemos con palabras exigentes. Que nos expresemos con categorías ligadas a saberes múltiples (en particular implícitamente, sin necesariamente, como dije, citar). Que acudamos a palabras agudas. Para estar a su altura, en ocasiones se trabaja titánicamente (por su alto nivel de perfección, por sus innovaciones, por su erudición o formas de nombrar con palabras nuevas y distintas la condición de obras literarias de antaño). Y lo mejor a lo que podemos aspirar es precisamente de esos libros, decir no solo aquello que el autor o autora no esperaban (ni sus lectores ni sus críticos), sino que experimentan esa crítica literaria, como un discurso desafiante, disidente, insurreccional. En efecto, para uno es todo un reto. Ahora somos rivales. ¿Soy un rival para Eurípides si afronto la crítica literaria de “Troyanas”? ¿Soy un rival para Homero o Shakespeare por su genialidad? Se puede discutir a estos grandes monumentos. Se los puede objetar (sin arbitrariedades, por algún defecto de su poética). Hay teorías literarias de un fuerte valor crítico, concebidas con el objeto de elaborar juicios fundamentados. Acudimos a teorías implícitamente que acuden al conflicto social en todos los ámbitos de la literatura o buena parte de ella. Soy consciente de que estoy refiriéndome a un imaginario de combate, belicoso, pero así vivo la crítica cuando la ejerzo, en especial sobre ciertos autores o autoras. Es cierto que bien existe una crítica ¿cómo llamarla? ¿Festiva?. ¿Halagadora? ¿De alabanza? ¿a las cuales se les adjudica ditirambos? En la que uno escribe sobre aquel autor o autora que nos producen deleite. Eso no significa la ausencia de un combate. Escribir crítica no es una opción modesta, es un ejercer también un lugar de poder. Se inicia un duelo silencioso entre ambos: autor y crítico. Sin hacer ruido. En el que hace falta paciencia, inteligencia, estudios, experiencia en escritura crítica, formación. Una obra crítica autorizada, realizada por alguien riguroso puede llegar a ser ella misma una obra de arte. Pienso en el libro Mímesis, de Erich Auerbach, una clase magistral de crítica perpetua. Pese a haber sido escrita por un crítico en estado puro. No era escritor. Pero estos ejemplos son casos que nos resultan sorprendentes. Me parece una genialidad que no haya envejecido  un ápice. Lo cierto es que hay muy buena crítica escrita de un modo llamado a ser de naturaleza perenne.

Hacer crítica sobre una poética o una obra por la que sentimos una particular inclinación (hemos elegido nosotros el corpus, lo hemos manejado según nuestros tiempos, ha habido maduración y corrección antes de la publicación, lectura profusa) no necesariamente es sinónimo de una alianza o un pacto con ese autor o autora. Nos medimos (esto lo ha estudiado muy bien el psicoanálisis) hasta con nuestros seres más queridos. Aspiramos a autosuperarnos y a superar a ese corpus del que estamos hablando hablamos. ¿La crítica domestica a los libros salvajes por su hechura? Los destrona. Tanto con nuestra crítica como con nuestra propio poética. Se genera en mí un imaginario de batalla producto del lugar que ese autor ocupa en la Historia de la literatura. En la Historia literaria. Si es un clásico por qué ha llegado tan lejos. Y dónde estriba la razón por la cual conquista este rubro. Pero ese combate secreto, que no hace ruido, que apenas susurra, puede estar dirigido hacia un colega o un estudioso al que aspiramos consciente o inconscientemente a derrotar. Un ancestro crítico. Un antepasado crítico. Es aquí donde comienza el camino de la crítica de la crítica: una sombra. Se trata de una escritura en abismo.   

Creo que los trabajos que escribimos tienden a ser en un punto más ingenuos que los clásicos. Por más que respondan a otra tipología textual. Estamos tan embriagados por una sensibilidad que ha interpretado en el sentir y en el pensar. Nos enceguecen la belleza y la inteligencia de esa poética. Aspiramos a escribir sobre autores y autoras de los que nos separan siglos o milenios. ¿Cómo acortar esta brecha? ¿cómo abreviar esas distancias? ¿Cómo superar en calidad a las obras críticas que nos preceden y son sobresalientes?

Hacer crítica no es una opción modesta o segundona. Es una cierta clase de arte. Para el cual hace falta, entre otras muchas cosas, elegancia.

Varias de estas premisas valen también para la traducción literaria. Con la diferencia de que directamente un traductor se apodera de una voz. La voz o las voces de ese texto. Aspira a serle fiel pero también a lidiar contra ese libro o poema o relato. A poder pasar por encima de los obstáculos que suponen el tránsito de una lengua a otra.

Distinta de la voz del autor o autora que analizamos, la crítica aborda una voz segunda, aplica a ese corpus otras herramientas, señala desaciertos, es infiel a ese original en varios casos. Tampoco la escritura está llamada a la reconstrucción de una voz sino en todo caso un modo deliberado de enunciar, liberando varios registros por parte de diversos personajes. O bien en torno de un narrador o narradores (singulares) que se ocupan de dar cuenta del conjunto de los avatares de la trama (después de todo, una voz puede travestirse o bien simularse o bien reconstruirse distintas clases de hablas). En el caso de la traducción, me parece legítimo hablar de ventriloquia.

La crítica y la traducción (en menor medida, porque adopta forma literaria) son discursos densos a la hora de su lectura y evaluación. En el primer caso, hay que conocer muy a fondo no solo la lengua extranjera, sino también estar al tanto de saberes contextuales, de allí que los grandes traductores sean también grandes estudiosos. Las palabras no significan siempre lo mismo. Y las palabras están atravesadas por la temporalidad. Y por la localidad, por su toponimia. También, en el sentido de su uso: el discurso literario se encuentra con lo que peligrosamente se desliza hacia, por ejemplo, el anacronismo. O bien el desacierto producto de la ignorancia del traductor respecto de la historia de la lengua y el lugar de esa obra literaria, en el seno de la lengua en la que fue escrita y ahora traducida.

Traducir no consiste solamente en volcar a otro idioma una obra literaria o científica. En otros casos, el obstinado profesionalismo de un traductor lo conduce a investigar. De modo que llego a este punto culminante: los buenos críticos literarios y los buenos traductores son grandes investigadores. Deben estar al tanto de la historia de la lengua tanto la del texto fuente como la del texto meta. También de las grandes tendencias, culturales, universos socio semióticos de la lengua original a la lengua a la que se traducirá. Los niveles de lengua. Su variedad de sociolectos. Su idiolecto. La crítica puede trabajar con trabajos en lengua española o no. Si lo hace con la propia lengua, conocerá o reconocerá de inmediato, el cambio lingüístico. Sabrá de los modismos, de los localismos, de los coloquialismos. Esto sí la permite, siendo su lengua, sortear el factor de la diferencia lingüística.  

¿Y en qué términos se desarrollaría el combate en el caso de los traductores y traductoras? Pienso que el verdadero traductor se sale de su propia voz para concentrarse en un texto ajeno que le ofrece resistencias. Tanto de frases, palabras, formas, géneros, metalenguaje evidente en el caso de ciertos libros más que en otros.

 En este punto regreso al comienzo de este trabajo: escribir crítica, traducir son experiencias de escritura y lectura que involucran factores que suenan a una operación metafórica pero en verdad van al centro de la cuestión: ¿cómo leer a una autoridad? ¿Cómo admitir su superioridad para un ejercicio crítico o de traducción que nos propongamos? ¿Cómo interrogar a un autor o a su producción parcial? No siempre existen respuestas que se puedan universalizar porque no todos los críticos y traductores proceden del mismo modo. No todos son igualmente inteligentes. No todos son estudiosos de una lengua extranjera (como los críticos que escriben sobre literatura argentina), no todos se proponen conocer el resto de la producción de quienes han traducido previamente.  

Resulta sumamente gratificante una lectura atenta de un corpus, desafiante. El texto crítico sobre autores extranjeros, también tiene que trascender palabras de una variante del español a otras.

Como dije, interpretar es una pulseada. Interpretar en nuestra lengua o en lenguas extranjeras pienso que lo es mucho más porque desconocemos los contextos en los cuales han sido producidos.

El abordaje crítico también es uno teórico. El texto teórico se eleva por encima del pensamiento concreto y en esas cumbres del pensamiento eleva su andar. Por más que acudamos a citarlo en forma permanente. Hacer crítica para un escritor consiste sobre todo en interpretar. También para hacer teoría debemos utilizar el pensamiento abstracto y el especulativo.

Hacer crítica para un especialista es dejar por sentada una lectura en su texto: un texto crítico. La máquina de leer se activa motivo por el cual se condensan esas lecturas en críticas concretas, adscribibles a subgéneros (ya mencioné la reseñas y el artículo, a lo que puede sumarse un género ensayo bajo la forma de libro de críticas cortas, sobre un aspecto de un libro o sobre todo su corpus).

Sí la traducción busca ser lo más fiel posible a un original (por más complejas que sean esas operaciones, estrategias y saberes para alcanzar tal fin), la crítica en cambio se introduce muy a fondo en un texto, profundiza contextualmente y también conceptualmente en él. Indaga en sus significados sociales. Hace emerger mediante operaciones refinadas una lectura que es un “más allá” del corpus de este “texto salvaje”, como me gusta decir a mí, por no ha sido institucionalizado al ejercer la crítica sobre él. En una hazaña increíble, el crítico lee ese corpus con paciencia, con disciplina, eligiendo muy bien los abordajes y el modo de ser fiel a una lectura gracias a ciertas pistas orientativas que son las que le permiten una fundamentación. Y evita extraviarse en la maraña o el caos de un texto sin tener una iniciativa por frágil que sea. Un crítico profesional desde estar al tanto de ciertas estrategias y una metodología para el trabajo de investigación literaria debe saber mucho de literatura. También, si es posible, aquello que se está editando en ese momento. Para comprobar, cotejando con texto incluso distante desde la poética del que el crítico está realizando su texto. Las lecturas de otros libros, incluso con su correspondiente crítica realizado por otro productor cultural, pueden orientarlo en su tarea de interpretar.

Hay varios puntos que habían quedado en suspenso respecto de mi argumentación. Dije al comienzo de este trabajo que me referiría al caso exclusivo de los escritores y escritoras que hacen crítica o traducción. Entonces: ¿qué relación mantienen los textos críticos con el resto de los textos literarios de un autor o autora? Porque allí también hay una batalla por la legitimidad cultural que se debe librar de poética a poética. Los autores también dan la batalla porque aprecian por lo general el corpus a analizar. Se interesan en una cierta clase de autores o autoras. Estos otros autores, adversarios también en el camino hacia la legitimación cultural, como autores “de culto” o bien como autores aprobados por la cultural oficial, también competirán con otros la batalla por ver cuál es el más poderoso desde el punto de vista de su calidad, de su excelencia, de su variedad semántica y formal. . En otros casos, la crítica funciona como un espejo secreto (como decía Piglia) que de la obra crítica reenvía hacia sus textos literarios. ¿de qué modo se ponen en diálogo poética con crítica? ¿Cómo evaluar una obra que no es literaria que incuestionablemente tiene también un valor creativo en el seno de una poética de un autor/crítico?. Mi experiencia me dice que lo que queda inscripto en una obra crítica consiste en una clave de lectura para comprender esa poética que ha interrogado. Las fuerzas no son parejas porque además la tipología textual de un texto literario clásico es diferente respecto del discurso crítico.

A los autores se los somete a toda clase de pruebas. Desde cómo narran  o escriben ficción o poesía, hasta cuál es su formación puesta de manifiesto en sus distintos trabajos críticos. Es cierto que algunos grandes teóricos han escrito también obras literarios. En términos generales, convengamos que la crítica de un autor le permite visibilizar toda una serie de inclinaciones que luego la ficción o la poesía revelarán creativamente. También su crítica los adscribe a una determinada tradición de escritores.

Se produce una inscripción en una línea del tiempo que abarca desde los antiguos creadores hasta los más recientes. Un autor se hace a empellones un lugar entre los padres literarios. A la medida de sus ambiciones. Tiene un límite hacer crítica para un escritor. Es de desear tenga una manera de interrogación de corpus completamente personal. Hay creadores y creadoras que compilan trabajos anteriores. Los hay, en cambio, que afrontan el reto de escribir un libro a partir de sus investigaciones o de su especialidad.

¿Tiene sentido hoy en día hacer crítica? Yo sí se lo encuentro. O varios. A los clásicos los acerca al presente, con renovadas lecturas. Hay personas (no solo expertos) interesadas en asistir al modo según el cual un experto analiza a un texto literario haciéndole notar detalles o grandes preguntas a matrices de significados, una lectura en sentido amplio. Naturalmente, el argumento de una obra literaria es apenas el punto de partida para una crítica seria. Es la partida para luego llegar a un territorio interpretante que no había sido cartografiado. Es una práctica cultural de la que solo es capaz de afrontar un crítico avezado que también es creador. Es cierto: existen distintas clases de crítica: la académica, la de los medios de comunicación, artículos o la del universo del libro. Pero la que verdaderamente me resulta de mayor intimidad es la que tiene lugar entre un escritor que va al encuentro de un corpus literario, que considera relevante, para referirse a él desde un criterio completamente personal. Un escritor  con vocación también de crítico, con formación me parece una pieza crucial, con esos atributos, para afrontar un trabajo de relectura de ciertos autores o de cierta literatura. En otro sentido, un traductor, es fundamental lo contextual, lo textual, lo intertextual y lo intratextual. Esa información le será preciosa. Por otra parte, tanto si los escritores son también críticos o traductores, si realizan con pasión su trabajo, el resultado será seguramente uno alcanzado por el entusiasmo que el texto derrocha.  

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Acerca de latintainvisible

Docente. Poeta. Narrador. Ensayista. Articulista. Especialista en literatura infantil.
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