Cuatro poemas extravagantes

Adrián Ferrero

Amarse en épocas de la peste

-Hace miedo aquí.
-¿Qué temes, la llegada de la peste?
-Sí, eso y perderte.
-Me tienes para siempre. Lo sabes.
Suena cursi, es cierto.
No soy de nadie. Te lo dije cierta vez
en una mentira bien disfrazada
dehonradez.
Siempre necesitamos amar a otro
-¿Me sientes? Tócame. Justo aquí. Sí.
Sigue más hondo.


-En el universo que eres
quepo como la palma en la palma
Me ahueco en el centro de esta cama.
Y pensar
que hay gente que puede vivir a solas
-Tengo miedo. Hace frío acá
-¿Qué temes? ¿por otros? ¿por la Humanidad?
-Porque el mundo se quede
lleno de niños
yno haya adultos
que velen por ellos?
¿Has visto esas terribles imágenes de Venecia?
Parecía un camposanto. Solo faltaba
que las góndolas naufragaran
-Venecia será siempre roja
-Sigues temerosa.
-Temo por Ana. Irina quedó sola, recuérdalo.
No habrá quien caliente su sopa
-Vivir con miedo es la peste. ¿Lo sabes?
-Solo sé que tengo mucho miedo.
Pásame una tostada
con mermelada de damascos
-Toma. Aquí tienes la certeza de la materia
¿Algo más? ¿algo que caliente por dentro?
-Sí, eso. Un té. Un té con leche. Pero ya es tarde
Es hora de besarte. De cubrirnos con las frazadas.
Hora de pensar en que el universo
pese a todo, es bello.
De pensar en que este planeta
deja el recuerdo de la desidia. Da vergüenza ajena
Me desharé las trenzas

-Sí. Deja el ruido.
-No me digas más nada. Necesito silencio
Necesito escuchar lo que digo por dentro
-Lo sé. Tienes miedo. No se marcha el miedo.
-Miedo a morir quizás
habiendo dejado cuentas pendientes.
Ayer nomás me enviaron un sobre.
Era de papá. No fui capaz de abrirlo.
-Puede que sea eso. Eso y el amor. Abrázame fuerte.
Mira. Es el alba.
Un rayo de sol acaba de cantar.
Justo como las aves.
El gallo recoge sus alas.
Y canta, canta, canta.

El machete de Horacio

La selva misionera
no es un jardín de invierno.
Más bien por lo agreste
se parece al Far West
pero sin su llanura reverdecida.
Es igual de aventurera.
Se usan armas de fuego
en ambas,
un machete,
mi compañero irremediable.
En el Far West
los equinos relinchan,
muerden y dan coces.
En cambio en la selva
mi burra rebuzna, desangelada,
de a rápidos resoplidos.
La gente sufre en ambos lugares.
Y no siempre hay
médicos ni medicinas.
La elegí como mi residencia
como otros eligen las montañas
del Sur de la Patagonia.
O como Thoreau eligió
la vida en los bosques
(¡Oh, Walden!)
Nadie entiende
que haya tomado como residencia
estas indómitas comarcas.
En ocasiones ni yo mismo.
Pero no es bueno
que un hombre deba explicarse.
Los pastizales zumban.
Las abejas desovan.
Las gamas parpadean.
Las gallinas pían.
El gavilán
no teme, es temido.
Mientras tanto
mis fotografías se disparan
como un hobby fuera de foco.
Las ruinas de San Ignacio
sufren temblores,
un inexorable deterioro,
como si hubiera por allí
pasado un sismo
en Misiones.
Los cuentos para niños
afloran producto
del embrujo
del paisaje sin domesticar.
propio de este relieve,
flora y fauna.
Sin embargo
¿Sus personajes? Una fauna tropical
que enciende (eso espero)
la sensibilidad blanca
de los niños.
Al fin de cuentas
mis cuentos
no están solo hechos
de vertebrados/mamíferos/coleópteros.
Mi cuerpo casi desnudo,
rudo, enteco, mi larga barba negra
soporta la picadura
del implacable sol,
de los tábanos y los mosquitos.
La yarará bosteza
bajo el lapacho.
Mi sombrero de ala ancha
es el antídoto
contra la radiación solar enemiga.
El lomo tan curtido
es la prueba
de que nada le hace mella
a las decisiones
de un hombre tozudo.
El filodendro cubre la galería
atajando los rayos
mortíferos del sol.
Esta planta genera una humedad
en la tierra,
donde habitan caracoles.
Cerca de la casa
los flamencos, junto al estanque
se estiran en un paso de ballet
con sus piernas
como varas de madera.
El río Paraná resuelve su oleaje
en remolinos vertiginosos.
¿Cómo puede ser que un río
sea el espejo que desordene
de las pesadillas de un hombre?
Después de todo
he leído en Heráclito tantas cosas…
Sacrifico a una gallina.
Almorzamos con modestia
un plato frío.
El tiempo se ha hecho humo, fugaz
como una comedia
de pocos personajes.
¡Hora de la siesta!,
me gritas.
Pero antes,
acomodo las fotografías
en mi álbum.
La selva es mi corazón,
también mi misión.
Mi corazón late
al ritmo de sus animales,
sus plantas son mi refugio.
A él me aferro
con la hidalguía
de un varón honesto.

Cráter

Quisiera en mi pequeñez
gozar de la potente voz
dela luz del relámpago
y de la del imponente trueno,
cuando Zeus los abate
sobre las dos ciudades,
iracundo.
El rayo, colmo de la sordera
me invita a desear
que todo el universo arda.
¿Sodoma y Gomorra?
¿Buenos Aires y La Plata?
¿Atenas, dices?
¿o acaso Micenas?
Es el castigo
o la bendición
de recordarnos
que somos mortales.
Los días contados
atados a un delgado
dobladillo de hilo de seda.
¿La celada de Ariadna?
Yo cabeza de buey,
cornamenta de toro,
todo mi torso humano,
cascos como pezuñas.
Aroma a sal
de evocar lo visto.
¿He recorrido acaso
mi ciudad con la decisión
de ser honesto?
¿Cuál será el día,
la hora exacta
de mi disolución
en ese polen gris
que serán mis cenizas?
Grácilmente
sucumbimos al miedo.
El miedo fue mi pasión,
te lo confieso.
Es poco digno
morir con miedo
de lo que quisimos ser,
pero el pavor mató,
durante mis días
comomarchitó las flores secas.
Mientras ahora
es tiempo de vendavales,
deborrascas,
esa que nos sepulta.
Son los cúmulusnimbus,
el envión del nadador
de aguas abiertas
que salta al vacío
desde un acantilado.
Recordémoslo,
primero
había hecho cumbre.
La llegada crucial
sin una gota de sol
a un universo
que no sospechaba.
sería tan helado.
¿Quién soy?
Quisiera no perder la vida
Hasta el momento exacto
en que haya sido decretada
mi desaparición
como el humo en una hoguera.
El ultimátum.
Puro fuego y azufre
me consumiré
jugando los primeros días
de mi recuerdo postrero.
Suele ser el amor,
pero también el odio.
Y ser hijo del odio
no es justo.
Es más,
es algo terrible..
Es como ser
hijo de la crueldad.
Morí
en una larga agonía
de un hospital
en el que ni siquiera
fui llorado.
Resulta lo mismo
que prolongar indefinidamente.
un coma
aferrado a los últimos enseres
de una casa
que uno acaba
de abandonar
para no regresar
jamás

17 personas tristes

Ni una más, ni una menos.
Así estaban
cuando se enteraron
de que tenían
el casamiento de su suegra.
Hacían pucheros,
se rasgaban las vestiduras,
andaban llorando por los rincones
mientras preparaban un flan de claras
o tomaban té de jenjibre.
Pero ustedes se preguntarán.
¿Se casó por segunda o tercera vez
su suegra?
¿quedó viuda?
¿compró dentífrico en Acapulco?
¿tenía tantos hijos?
¿tenía bigotes?
¿usaba prótesis dental?
¿le salía mal el budín de pan?
¿se había largado
a hacer asado
y se le quemaban las mollejas?
¿había nadado montada
en un hipocampo?
¿usaba aros de malaquita?
¿servía la comida con sal de apio?
¿era bígama y quería legalizar
con el segundo?
¿formaba parte de un harem
de contrabando
y ahora pretendía
seguir siendo miembro
pero con papeles?
¿se casó con un visir?
¿estaba separada
porque olía a ajo
después de un fin de semana largo
en Mar Chiquita
y por eso
el marido la plantó?
La verdad, no sé qué decirles.
Un nuevo miembro en la familia.
Tras que éramos pocos.
Y encima no saber
si le gustan los alfajorcitos de maizena
o fumar en boquilla,
como la gente paqueta, bah.

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Acerca de latintainvisible

Docente. Poeta. Narrador. Ensayista. Articulista. Especialista en literatura infantil.
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