“Literatura argentina”

Adrián Ferrero

Horacio Quiroga,
de visita
en lo de Roberto Arlt,
deja caer
sobre una mesa de cobre,
el regalo,
de una fotografía
de las ruinas circulares
de San Ignacio.
Arlt escribirá
una aguafuerte secreta,
inédita para siempre
que el diario El Mundo
jamás publicará.


Lugones esconde
bajo una salina
un reloj de arena
de su linaje
que llegará
hasta el espejo ardiente
frente al que languidecerá,
consternado.
Macedonio
le cede un regalo a Borges
en un cenicero
de cristal de Murano:
el primer borrador de “El Aleph”.
Bioy Casares
guarda en su isla
un souvenir
(¿una alianza que jamás usó?).
Será la punta
de un iceberg
que Hebe Uhart
convertirá en enredadera:
la enamorada del muro.
Silvina Ocampo
pinta un vals con De Chirico.
Evoca a la niña que fue en París.
Aquel hotelito
perdido entre los adoquines
de barrio Latino,
en el que se alojaron
con su madre,
antes de visitar
el Montparnasse.
Escribe la luna
sobre las aguas
de una fontana.
Marechal se sincera
en tanto abrillanta
su novela monumental
escondido,
en la clandestinidad de un bar
¿La Paz?
J. R. Wilcock
en el colmo
de la extravagancia
le canta una ópera de cámara
al oído a Pier Paolo Pasolini
acompañado de una lira
y de un ruiseñor.
Manuel Peyrou
escribe un cuento policial
en el que no hay
ni asesinos ni ladrones.
Será “La carta robada”
(Lacan le formulará un reproche).
Sara Gallardo, acaricia
la mullida lana
de su tapado,
quedándose inmóvil
en su misterioso lirismo.
Leopoldo Brizuela
la ayuda a subir al Great Will
a la condesa de Broadback
Alberto Laiseca
narra por TV
un cuento gótico
mientras ajusta el cinto
de un pantalón desangelado.
Sylvia Molloy
con su insólita
voz peregrina
habla, habla, habla,
escribe, escribe, escribe,
en tres idiomas
de un amor prohibido.
Angélica Gorodischer
le cede un Ortis Tertius
a Liliana Bodoc
quien lo convierte
en un presagio de invierno
que será un universo.
Griselda Gambaro
en su puño derecho
aprieta bien fuerte
el manuscrito ovillado
de su “Antígona furiosa,
será una cola de alacrán
en pleno Teatro Abierto.
Maria Negroni, esquiva
reinando en su Olimpo,
no cede
una gota de gloria
de su palimpsesto
de poetas norteamericanas.
Tampoco renuncia
a su pañuelo de seda,
ni a las vetas del jade
que demudan
al espectador de tal prodigio.
H. A. Murena traduce
a Walter Benjamin
en la planicie
de la llanura pampeana.
Sergio Chejfec renuncia
a escribir argumentos previsible.
Promete ficciones
De tramas más nítidos,
de fábula vertiginosa.
Alan Pauls cae rendido
a la visita inquietante de Puig.
Desde Francia, Eduardo Berti
toma nota
de las novedades del rock
mientras desliza un libro de Conrad
sobre la mesa
de un restaurante
en Praga,
como quien dice:
deja una catedral.
La que Martín Kohan
(como recogiendo un guante)
recogerá para sus clases
sobrevolándola de a ratos
de la mano de Tinianov,
con aguas de seda.
La teoría literaria del universo
(Barthes, Kristeva, Bajtín)
se ha alojado
en su memoria
como le sucedió a Funes.
Diana Bellessi se recupera
de un stress postraumático
leyendo a Gabriela Mistral
en su casita de El Tigre.
(el muelle aquietado).
María Moreno
con un vodka en la diestra
(vida trajinada)
cumple, toda ella
los secretos
abundantes.
Cuida su lenguaje
exponiendo las teorías
sobre la homosexualidad.
Aspira a ser longeva.
Alejandra Pizarnik,
herida paloma torcaz,
con una de sus alas chamuscada,
como la cantora nocturna que es,
pinta, pinta, pinta,
no puede detener
su mujer/poema:
óleo sobre lienzo.
Tamara Kamenszain
cierta noche de enero,
¿la recuerdan?
rodeada de los libros
de Susana Thénon,
Olga Orozco y Perlongher,
cavila, cavila, cavila,
componiendo una sonata
de primavera
en tres movimientos
¿La creían acaso incapaz
de semejante hazaña?
Vivaldi la saluda
desde la posteridad.
David Viñas
reza un inesperado padrenuestro.
en una basílica.
Reina Roffé
llora a ese NN
que fue Federico
en la España de Franco.
Tununa Mercado
le solicita a Walter Benjamin
los manuscritos
que dejó en Port Bou.
Luisa Valenzuela,
guarda en su valijita de mano
toda oro y estrellas
la guarida
de la pantera en celo,
de la novela negra
a la que acaba de dar comienzo
sin haber escrito
una sola palabra.
Audaz, atesora las píldoras
que son sus cuentos brevísimos,
dentro de un reloj cucú.
Vive con el vértigo
de los tules de ensueño,
igual que las prosas repentinas
de Ana María Shua.
¿El Arcángel San Miguel
anda haciendo estropicios?
Arturo Carrera
liba las flores lila de las Parcas.
Incinera su epistolario
después de tanta Musa
intrépida, bendecida
por un moai de la Isla de Pascua.
Liliana Heer
pinta en dos trazos maestros
la novela de un manicomio.
Le susurra un piropo a Macedonio.
Sylvia Iparraguirre
escribe la biografía
de un santo canonizado
del Bragado
que pasó su juventud
consagrado al libertinaje.
Ahora es un varón casto.
César Aira reparte consejas,
a sus colegas,
lecciones sobre cómo olvidarse
de ese Papado
del que no abdica Borges.
Inés Fernández Moreno,
le hace una zancadilla
a un editor tramposo.
Su honestidad no se negocia.
Patricia Suárez pone en escena
el canto de una actriz outsider.
Está disfónica porque lo suyo
no es el tango
sino la sola actuación.
Conoce de los trucos
de la dramaturgia
sus misteriosos derroteros..
Héctor Tizón, Ricardo Piglia
y Juan José Saer juegan
a los naipes
mientras apuran una grapa.
Batallan por algún adjetivo.
Abelardo Castillo e Isidoro Blaisten
debaten las reglas del cuento.
El decálogo de Quiroga les sirve,
o las dos historias
que narra todo cuento,
las resonantes primicias de Piglia.
Victora Ocampo
hereda sin complejos
una fortuna
de su padre patricio
que pone a disposición
de los argentinos.
Un proyecto que señala
con una flecha indicando
su punto cardinal.
Da comienzo entonces
el capítulo Sur.
Vive tan pendiente de sí misma
que no podrá eludir
las trampas
de la autobiografía
o sus testimonios.
Vlady Kociancich, dolida
por la indiferencia
de los lectores argentinos,
toma un vuelo directo
a la reparadora Madrid.
El invicto Juan Gelman,
herido de muerte
escribe un poemas
con diminutivos.
Descansa junto a un hogar
alimentado con canela en rama,
ese otro infierno
en el que otros arderán.
Rafael Spregelburd, experimenta,
explora, representa al fin
el gran Teatro del Mundo.
¿Pisará las tablas
del Teatro del Globo?
Son nuestros queridos cronopios.
Hasta que ingresan
al teatro Odeón
a dar señales de vida,
coordenadas, algunas pistas,
los vientos alisios,
Noé Jitrik, Jorge Panesi, Saúl Sosnowski.
Estudiosos que llegan
para dictar
sendas conferencias magistrales
con el broche de oro
de un aplauso cerrado.
Master Class.
Josefina Ludmer
ultima los preparativos
de su exposición
emergiendo de la rompiente,
del balneario Aguas Verdes,
ojo de agua
que se desplaza,
se desliza,
mientras tirita de frío
con su traje de baño
de dos piezas.
Su aguda alocución
resulta asombrosa
a ojos de los turistas
como una música de cámara,
de Philip Glass.
Decreta que la suya
se trata
de una cartografía posible
para ese país atribulado
transido de miedos
que es Buenos Aires.
Y en ese preciso instante,
la sinfonía de los pájaros
por fin da comienzo.

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Acerca de latintainvisible

Docente. Poeta. Narrador. Ensayista. Articulista. Especialista en literatura infantil.
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